Borrador para un diálogo internacional y convergencia en el marco de la UiTC
(Este texto fue escrito en enero 2020 antes de la pandemia Covid-19)
Crece el poder de las ciudades y con ellas la urbanización del mundo. Con más de la mitad de la población mundial urbanizada en 2018 –cuando a finales del siglo XIX era solo el 10 %–, el hecho es que el mundo se ha vuelto urbano y transforma a las ciudades en un nuevo eje para los flujos demográficos, de bienes, servicios y materiales, cuando no de influencia y poder. Desde el punto de vista socioeconómico, las ciudades se han convertido en centros neurálgicos del Estado, la industria, la economía y también la cultura. Tal evolución en el paisaje global no es solo un cambio de la superficie, en el sentido literal y figurado del término, que mostraría en el mapa mundial un crecimiento de la circunferencia de las áreas urbanas. El fenómeno urbano es también sinónimo de una emergencia y un cruzamiento con otras evoluciones que, en conjunto, plantean desafíos completamente nuevos y obligan a reconsiderar los enfoques tradicionales de la ciudad, los territorios y, en general, la gobernanza.
Entre estas cuestiones, la alimentación de las ciudades y los habitantes. En otras palabras, aquello que afecta directa o indirectamente a los bienes y servicios movilizados en la producción de los alimentos, en su distribución y consumo o incluso en su reciclaje, permitiendo en última instancia a los ciudadanos urbanos alimentarse de acuerdo con sus gustos y costumbres. Cuestión multisecular si es que alguna vez la hubo, pero hoy planteada de una manera ligeramente vertiginosa cuando se aborda desde el ángulo del interrogante lacerante que ocupa un lugar de predominio en muchos foros internacionales: ¿cómo alimentar a los dos tercios de la humanidad que vivirá en ciudades en 2050 con un sistema alimentario que genera el 30 % de los gases de efecto invernadero y que ya engulle una gran parte de la biodiversidad y dos tercios del flujo de agua dulce consumida? ¿Y cómo se puede hacer esto teniendo en cuenta las desigualdades rampantes y los conflictos que también se intensificarán en las zonas urbanas sujetas a presiones demográficas considerables, en particular en los países del Sur global?
La colisión de dos problemáticas
Así planteado, el panorama es vasto. Sin embargo, el ángulo de aproximación permite enfocarse en lo fundamental. Interesarse en la ciudad es ante todo dar un paso hacia el futuro, en razón de la expansión urbana y, a través de ella, hacia el entrelazamiento entre la urbanización espacial, la demografía urbana y la creciente interconectividad que juntos trazan una oleada de fondo social. También es una oportunidad para dar un paso al costado, para poder revisar certezas inmutables y reconsiderar los modelos agroalimentarios en vigor. Entre estos modelos y certezas, el mercado liberal que, desde la Revolución Industrial hasta nuestros días y en todos los regímenes políticos del mundo, ha ciertamente facilitado el acceso y ha reducido el costo de la alimentación para muchos consumidores, pero ha dejado intactas las cuestiones del hambre, la integración de las comunidades campesinas y la justicia socioambiental. En este sentido, las cifras hablan por sí solas: el hambre sigue siendo el flagelo número uno en el mundo con casi nueve millones de víctimas cada año y cien millones de personas en situación de crisis alimentaria; el 70 % de la población en situación de extrema pobreza es campesina, mientras que una decena de países concentran más de dos tercios de la producción mundial de la agricultura industrial y su fuerza laboral. Nada nuevo en el panorama de la globalización del cual conocemos los estigmas de la concentración y el destino reservado para aquellas y aquellos que quedan al margen de los factores de ascenso de la modernidad. El mundo campesino también ha sido históricamente activo en el movimiento contra la globalización. Pero, con el tren lanzado a toda velocidad por la urbanización, en última instancia estas son problemáticas nuevas que se unen y se precipitan la una hacia la otra: por un lado, la de las necesidades alimentarias insatisfechas, la seguridad ciudadana que resulta de ello y la búsqueda de modelos alimentarios compatibles con los criterios de justicia social y ambiental; por el otro, la de las dinámicas urbanas, confrontadas con sus nuevos desafíos políticos, sus contradicciones y sus nuevos impulsos sociales.
Dificultad para cambiar de macropolítica
Ahora bien, esta convergencia en curso se ve reforzada precisamente por la incapacidad de la macropolítica y las instancias nacionales e internacionales para impulsar nuevos modelos desde la cima. Las grandes instituciones creadas después de la Segunda Guerra Mundial, incluidas las de Bretton Woods que dieron forma al panorama económico, dan testimonio de una brecha creciente entre las instancias y los pliegos de condiciones lanzados en paracaídas en Roma, Nueva York o Ginebra, y los hombres y las mujeres, los agricultores y, en general, los actores de los sistemas alimentarios globalizados, es decir, no menos de la mitad de la fuerza laboral mundial, de los cuales una gran parte se enfrenta a las contradicciones del comercio alimentario y carece de todo. Una ilustración de esta brecha se refleja entre las voluntades declaradas de seguridad alimentaria o los Objetivos de Desarrollo Sostenible y los recursos asignados a las políticas de influencia llevadas a cabo por los Estados industriales, incluyendo naturalmente el ámbito agrícola, siempre preocupado por defender sus intereses y perder lastre en la carrera con sus contrapartes. En los países del Sur, los grupos de presión de la industria agroalimentaria a veces se reúnen directamente en recintos parlamentarios o gubernamentales. Esto no es exclusivo del sector agrícola.
Pero, haciendo un examen más detenido, durante más de dos siglos y en paralelo con las tendencias oligárquicas visibles en varios sectores de actividad, se ha observado un relativo repliegue de las instituciones centralizadas, incluso en los regímenes democráticos, acompañado de un fortalecimiento de los poderes de los ciudadanos desde la base, lo cual ha generado en el medio del vado desfases con consecuencias tan peligrosas como inesperadas. El año 2019 fue particularmente ilustrativo de una serie de movilizaciones sociales que han venido creciendo desde 2008. Las crisis alimentarias y energéticas fueron a veces el detonante, como en Siria y otros países árabes en 2011. Muchas de ellas reflejan este desacoplamiento entre la esfera macropolítica, las demandas sociales y sus correas de transmisión.
La inercia de los enfoques económicos y territoriales
En otras palabras, a pesar del despliegue y las conferencias internacionales a repetición, la escena multilateral, y en muchos aspectos los Estados nacionales, están lejos de tener una capacidad efectiva para emprender un cambio de rumbo en los sistemas alimentarios basados en el marco estructural de la posguerra. En Europa, la reforma de la Política Agrícola Común, tironeada entre orgullos nacionales, objetivos ambientales y presiones corporativas, está a punto de estancarse. La FAO continúa evolucionando en direcciones contradictorias y su presupuesto llega a ser casi igual al de la ONU, es decir, menos del 1 % del presupuesto de defensa de los Estados Unidos. A esta dificultad de reformar desde arriba en el espacio internacional debe agregarse que, en muchas latitudes y cualesquiera que sean los regímenes políticos, los modos de organización de los intercambios de productos agroalimentarios a gran y mediana escala derivan de un modelo productivista, basados esencialmente en lógicas verticales compartimentadas, más o menos globalizadas y regionalizadas, que fracturan las solidaridades horizontales y los equilibrios territoriales. En estos sectores, la compartimentalización pulveriza las responsabilidades y la visión global. La distribución del valor y los procesos de producción pueden alcanzar asombrosos grados de desigualdad y opacidad. Reflejan las relaciones de poder que sustentan la asimetría del intercambio, la brecha con los derechos y las normas en vigor, siendo directamente proporcional a la debilidad del estado de derecho.
Sin embargo, este método de organización por integración vertical no está reservado solo para el ámbito económico. Es en este ámbito donde se establece un primer punto de encuentro con la ciudad y el acercamiento al territorio. Más allá del esfuerzo relacionado con el ordenamiento y la planificación, que también arrancó después de 1945, las modalidades de urbanización a menudo surgen de esquemas donde las políticas públicas se implementan en forma de superposición y sectorialidad, relegando las articulaciones o la integración horizontal al orden de la excepción o el voluntarismo. Las concepciones del espacio y los abordajes son en sí mismos segmentados y reductivos. En los países del Sur en particular, bajo el efecto del desbordamiento demográfico, que ya no es una dimensión tan determinante en los países occidentales, la especulación urbana y electoral prevalece sobre una planificación gubernamental más inclusiva y participativa, pero a la vez investida de dimensiones socioambientales por las clases medias cuando se les invita a participar. Por lo tanto, la ciudad, a veces símbolo dorado de la modernidad que vive escandalosamente más allá de sus posibilidades gracias a la oferta globalizada, a veces paria de un desbordamiento que inevitablemente conlleva la desestabilización social, se traga gradualmente el espacio y los flujos que la rodean y termina siendo devorada por sus propias contradicciones y renuncias: comida chatarra y obesidad de los ricos, malnutrición de los pobres; desperdicio de alimentos y energía, contaminación y acumulación de barrios marginales periurbanos; congestión de la movilidad urbana, expansión y fractura urbano-rural; desempleo, resentimiento social e inseguridad desenfrenada, etcétera.
El dinamismo actual de las ciudades
Esta imagen, voluntariamente sintética y generalista, sin dudas está lejos de ser tan oscura. Para empezar, tendrían que considerarse las numerosas realidades urbanas y las urbanidades. La diversidad es un punto de partida. En efecto, las ciudades se han opuesto a la uniformización. Aunque a menudo son pro-apertura y liberales, las grandes ciudades se resisten, despiertan e incluso emprenden una especie de «venganza territorial», para usar la fórmula de ciertos analistas. Para volver a los dos ámbitos que nos movilizan, en lugar de ser ciudades devoradas y absorbentes, algunas se transforman más razonablemente en «ciudades que comen» y, además, en ciudades que comen mejor y bien. Recordemos primero que los territorios locales fueron de las primeras entidades que confrontaron activamente el movimiento de despegue de la globalización en la década de 1980. Obligados a la reconversión, en competencia con otros territorios o enfrentados al hecho consumado de la deslocalización, se vieron conminados a oponer resistencia a una globalización que primero fue la de los principales sectores económicos catapultados por la reconstrucción de la posguerra. Aún más, antes de la Revolución Industrial y antes de ingresar a los flujos transnacionales, estos territorios eran ciudades œconómicas, es decir, entidades esencialmente arraigadas en los equilibrios y sistemas cerrados de su territorio.
En el período moderno, tendremos que esperar hasta la década de 1990 para distanciarnos de las corrientes utilitaristas y mecanicistas heredadas del siglo XIX y ver aparecer más firmemente conceptos como la agricultura urbana y periurbana, la agricultura sostenible y el metabolismo urbano. Múnich, Londres, Valencia, Toronto, Barcelona, Marsella, Rennes, Montpellier, Tesalónica y Tirana son hoy ejemplos de grandes ciudades que han reincorporado parte de la actividad agraria en el desarrollo urbano. Los suelos productivos están protegidos y demarcados. Las actividades que se desarrollan allí se combinan con otros servicios recreativos, ambientales y educativos, en un enfoque no monolítico, sino multifuncional. Los flujos comerciales se vuelven a territorializar al incluir los espacios periurbanos, menos considerados como reservas especulativas o terrenos baldíos. En algunos casos, la restauración colectiva valoriza el comercio local y puede convertirse en la palanca de una alimentación inteligible y sostenible, en otras palabras, el prototipo de un sector local conectado a las preferencias sociales y haciendo de la alimentación un bien colectivo situado por encima de los criterios de mercado.
Poco a poco, estas prácticas elaboran los arreglos organizativos desde la base, los cuales establecen una nueva concepción de los territorios. La integración horizontal reequilibra los segmentos dislocados de los modelos verticalizados. Rehabilita el ejercicio de una ciudadanía activa y de la responsabilidad. Ciertos ciclos de materia se cierran y se vuelven circulares, sin que eso signifique una retirada autárquica, sino una inserción inteligente y controlada en los flujos de intercambio. Los bienes inmateriales, en otras palabras, el conocimiento y la pertenencia a la comunidad, se intensifican y se valorizan. Todos estos procesos, que contienen elementos de ruptura y que se agregan a otras dinámicas culturales del entorno urbano, hacen de la ciudad una especie de laboratorio de innovación en materia de sistemas alimentarios sostenibles.
El sinuoso camino de las transiciones
No hay nada determinado ni evidente en estos procesos. Estas iniciativas implican salirse de un sistema dominante cuyas inercias y presiones siguen siendo extremadamente apremiantes. El primer cambio remite a una voluntad, a un ímpetu ciudadano o político para modificar el statu quo y cuyo precio debe pagarse. Además, estas ciudades requieren una geografía favorable y potencial local para emerger de dependencias externas. ¿Qué ecosistema alimentario debería construirse cuando se está en una zona polar o semidesértica, cuando el espíritu ciudadano aún es precario o cuando la comunidad está polarizada en ambos lados por fracturas etnoconfesionales? Nuevamente, la diversidad de contextos es un punto de partida. Se aprende a practicar un ida y vuelta entre lo local y las perspectivas globales. De hecho, y esta es una de las debilidades identificadas, muchas ciudades prefieren el camino de la conformidad, en la medida en que pueden vivir más allá de su tiempo y sus medios. Por un lado, se las alienta a apropiarse del eslogan «pensar globalmente, actuar local» o de diversos referenciales de sostenibilidad (buenas prácticas de la ONU, el Pacto de Milán, la agenda 21, objetivos de sostenibilidad, planes de ordenamiento local). Por otro lado, la brecha entre la experiencia local y la prescripción global a menudo sigue siendo la regla. En el plano político, el realismo y los intereses priman sobre los únicos atractivos ideológicos transmitidos por estos modelos, sin mencionar los territorios donde las variables demográficas y económicas constituyen una prioridad cardinal.
Un actor colectivo en formación
El hecho es que, durante los últimos diez años, las ciudades han emergido más firmemente de la timidez política para encarar de manera más amplia las cuestiones que se han vuelto a centrar en parte en ellas. A su vez, con la Cumbre Río + 20, Ecocities, el Pacto de Milán, Climate Chance, Ciudades y Gobiernos Locales Unidos y otras redes (municipalismo, Transition Network, etcétera), ahora forman un proto-actor colectivo y una agenda urbana comprometida con las problemáticas internacionales y orientada tanto a las urgencias a corto plazo como a la sostenibilidad. Alrededor de este movimiento surge gradualmente un nuevo protagonismo local y una nueva correa de transmisión política en el contexto de la parálisis de los grandes cuerpos tradicionales. En lugar del «pensar globalmente, actuar localmente» políticamente correcto, algunas ciudades están tratando de reemplazarlo con «pensar globalmente, actuar localmente y conectarse globalmente».
Lanzar un proyecto internacional
De ahí la necesidad de una revinculación y una reflexión profunda sobre esta cuestión, en resonancia con muchas temáticas. Tres objetivos motivan un proceso de convergencia en este tándem entre ciudades y alimentación. El primero es identificar y visibilizar las iniciativas que están en marcha, inspirando nuevos sistemas urbanos y alimentarios. Dado el límite que tienen las transformaciones difundidas desde arriba, es más probable que la circulación del conocimiento y la confrontación de experiencias apoyen este enfoque. Este intercambio de experiencias entre las ciudades y otros lugares se menciona sistemáticamente en los encuentros pero en la práctica no se ejecuta lo suficiente. El segundo se relaciona con el marco común de reflexión que es probable que surja de un mosaico de casos que se basan en las corrientes del commoning, la agroecología, la agricultura urbana, la agricultura familiar, la permacultura, la arquitectura multifuncionalismo, la planificación urbana sostenible, la seguridad urbana, la transición energética, entre otros. Tantos movimientos y escuelas conceptuales que merecen coexistir y enriquecerse con las experiencias concretas en la interfaz entre lo urbano, la ciudadanía y los sistemas agrarios. Tercero, finalmente, la necesidad de ir más allá de los términos generalmente definidos para establecer el marco para los cambios que se realizarán. El afirmar un objetivo de transición no conduce automáticamente a su implementación, estando por lo demás en igualdad de condiciones. Como hemos tratado de ver, está en juego una serie de transformaciones profundas en las mutaciones urbanas, en primer lugar una relación crítica con respecto a la modernidad, la ciudadanía, la gestión de conflictos, la comunicación y el movimiento social. Para no apegarse a las «buenas prácticas» y amplificar el movimiento sin erosionar su sustancia, se debe favorecer un marco lúcido, abierto y crítico para la reflexión.
Metodología de trabajo
- Búsqueda de contactos: Villes qui mangent, ARGA África, ex Foro China-Europa, redes latinoamericanas, redes municipales, universidades.
- Redacción y distribución de un texto para lanzar el proyecto en tres idiomas.
- Recolección de documentos y testimonios.
- Mapeo en línea (privado / abierto por definir).
- Lectura transversal de los casos recogidos y edición de una obra.
- Conexión con fechas de la agenda global para fomentar un colectivo y una movilización.